jueves, 1 de septiembre de 2011

Una amalgama de oportunidades

Edwin Amoretti y Jorge Vergara, funcionarios del área de Responsabilidad Social de Yanacocha, entregando las reses del programa: Mejoramiento del sistema de producción agropecuaria en los distritos de Cajamarca y La Encañada.

Santos Chilón estaba entusiasmado. “Con estos animalitos vamos a mejorar nuestras economías”, me dijo el viernes pasado durante la ceremonia de donación de 833 cabezas de ganado que realizó Yanacocha en el fundo El Porongo, en Cajamarca. Santos explicó que gracias a este nuevo apoyo de la empresa minera –fue la segunda entrega de reses Holstein y Brown Swiss en el año-, su familia y su comunidad producirán más leche y queso, tendrán más tareas en las cuales invertir su tiempo, y, con el dinero de la venta de sus productos, sus hijos podrán ir al colegio para tener un futuro mejor. “Nosotros dependemos de los animalitos para mantener a nuestras familias”, contó Chilón.

La frase no fue una metáfora. En esos nobles animales, donde algunos sólo ven innumerables platos de lomo saltado y cientos de sabrosas hamburguesas, la gente que vive en el campo encuentra muchas veces su sustento diario, una fuente de trabajo y la oportunidad de desarrollo para ellos y sus hijos.

Esa declaración sencilla me reveló de golpe los extremos de este mundo a medio globalizar, donde la mitad de la humanidad, que insiste en llamarse civilizada porque vive en grandes centros urbanos, ignora totalmente cómo vive la otra mitad que lo hace en el campo o en las urbes pequeñas de nuestros países subdesarrollados. Una prima japonesa que me visitó el año pasado, sufrió una impresión irreparable y decidió no volver a comer pollo cuando vio como se les retuerce y corta el pescuezo a esos pobres animales antes de sumergirlos, medios vivos todavía, en ollas pestilentes de agua hirviente para sacarles las plumas en esos mataderos bárbaros de nuestros mercados de barrio. En sus veinticinco abriles jamás había visto un pollo vivo. Hasta ese azaroso día los había comprado en empaques asépticos y bellamente presentados en los supermercados nipones.

Sin ir muy lejos, ni tener que cruzar el océano, la misma situación se puede observar en Lima. Algunos colegios organizan excursiones al distrito turístico y ecológico de Cieneguilla, ubicado a 380 metros sobre el nivel del mar y a sólo 20 kilómetros de distancia del centro de la ciudad, para que sus alumnos comprueben, por experiencia propia y con los ojos bien abiertos, que las vacas, los pollos y los patos existen en la vida real y no sólo en la televisión; y que la leche, los quesos, la mantequilla y los huevos que beben y comen cada mañana en el desayuno, son productos casi naturales que no provienen del todo de una fábrica, sino, que se producen, como dijo Gabriel García Márquez, en el campo: “ese lugar donde los pollos se pasean crudos”.

En el otro lado del espejo, Santos Chilón es un hombre de campo que convive feliz con sus animales y la naturaleza. No obstante, aunque las cosas y ajetreos de la ciudad le son ajenos, él tiene que insertarse de uno u otro modo en el mundo competitivo de la economía de mercado para elevar su nivel de vida y lograr que el viento de las oportunidades toque a los suyos. Para eso necesita ayuda. Es así que su familia ha sido considerada entre las cuatro mil quinientas beneficiaras del programa: Mejoramiento del sistema de producción agropecuaria en los distritos de Cajamarca y La Encañada, que Yanacocha ha puesto en marcha a través de su asociación civil Foncreagro. El proyecto consiste en la entrega de la empresa minera a los pobladores de ambos distritos, de seis mil quinientos animales de raza –entre vacunos y ovinos- más dos tractores agrícolas. La inversión total está calculada en tres millones de dólares y el objetivo es contribuir a aliviar la pobreza y mejorar la calidad de vida de las poblaciones vecinas a su actividad minera.

Por supuesto, no es una tarea corta ni sencilla. En ella están contempladas las actividades de sembrado y riego de pastos adecuados, estricto control de la salud de los animales, capacitación y acompañamiento técnico en la adaptación a la zona y su desarrollo. La sola puesta del ganado en Cajamarca representó un logro inmenso: los campesinos designados y los técnicos especialistas viajaron a Sicuani en Cuzco, Ayaviri en Puno y Pedregal en Arequipa, para seleccionar y adquirir las mejores terneras. Se necesitaron arduas jornadas de viaje en bus, cientos de horas/hombre dedicadas a la tarea, decenas de camiones transportadores de carga y toneladas de buen forraje, para poner el ganado en excelentes condiciones en nuestros establos.

Hace unos días una periodista me preguntó, con ocasión del aniversario número diecinueve de Yanacocha, cuál era, en mi opinión, el efecto más resaltante causado por la empresa en Cajamarca. Hace diecinueve años –le respondí- los jóvenes que terminaban el colegio me contaban sus planes de viaje a la Costa en búsqueda de trabajo o para continuar sus estudios. Las familias se rompían, irremediablemente, debido a la falta de oportunidades en la localidad. Hoy en día, gracias a la dinamización económica impulsada por la actividad minera, la situación ha cambiado: poco a poco, los que se fueron están regresando y cada vez son menos los que quieren o tienen que marchar.

Mientras el buen Santos Chilón miraba emocionado las reses que “mejorarán su economía”, yo veía, además, una amalgama de nuevas oportunidades para los suyos. Esas oportunidades son, en esencia, el efecto mayor y su gran valor intangible: La operación de Yanacocha es la actividad que más ha contribuido para mantener unidas a miles de familias cajamarquinas.