viernes, 1 de febrero de 2013

Una escalera al cielo



Hay ciertas cosas que la mayoría de nosotros damos por hecho. Nos parecen lo más natural del mundo y creemos que la vida siempre es así sólo porque no nos la imaginamos de otra manera. Ese sentimiento, por supuesto, es más fuerte cuando aún somos jóvenes y no entendemos todavía cómo es que funciona el mundo real en donde hay que trabajar y esforzarse mucho para que las cosas sucedan.

En sentido contrario, nadie espera ver cerdos volando, o mojarse bajo una lluvia de peces, aunque esto último es un fenómeno real que sucede todos los años -como no podía ser de otra manera- en Centroamérica, tierra del realismo mágico. El “aguacero de pescado” ocurre en Honduras durante los meses de mayo y julio. Los pobladores del pueblo de Yoro han creado, incluso, una festividad llamada “Festival de la Lluvia de Peces Rain” que celebran anualmente desde 1998.

Según los vecinos, el fenómeno ocurre desde hace más de un siglo. Comienza con un cielo cargado de nubes densas, seguido por relámpagos, truenos y vientos torrenciales que dan paso a un aguacero diluvial de dos o tres horas sin pausa. Una vez que la lluvia ha cesado, se encuentran cientos de peces esparcidos por el suelo, aún vivos. Los pobladores, que atribuyen el milagro a un santo que allá por 1800 oró durante tres días y noches completos, pidiéndole al buen Dios que proveyera alimento para los pobres, los recogen y se los llevan a sus casas para el almuerzo.

Para los peruanos que hemos tenido la buena estrella de nacer en una ciudad, una cosa que damos por descontada es que, una vez alcanzada la edad correspondiente, todos asistiremos al colegio. Si fuera algo opcional, muchos preferirían quedarse en casa gozando de vacaciones indefinidas. Pero, no hay escape: empiezas por el Jardín o Transición y terminas en quinto de secundaria.

Lamentablemente, no es igual para todos. Existen millones de peruanos para quienes la realidad es muy distinta. Compatriotas que viven en la sierra o la selva de nuestro país, para quienes asistir a la escuela es un derecho y un privilegio que nadie da por descontado. Algunas veces es porque el trabajo no les da tiempo y otras porque no pueden cubrir distancias imposibles. Quienes vivimos en una ciudad no entendemos cabalmente lo que es atravesar cerros y caminar durante horas para llegar a un aula de clase. Para ellos, aprender a leer y escribir, y recibir la educación básica, no es lo más natural del mundo.

Esa era la situación de los 547 participantes del Programa de Educación Básica - PAEBA, impulsado por Minera Yanacocha en los distritos de Baños del Inca y Cajamarca, que se graduaron la semana pasada. Ya fuera por falta de tiempo o la infranqueable distancia, esas personas no tuvieron oportunidad de asistir a clases regulares en su momento y, gracias al programa que lleva ya tres años de funcionamiento, por fin pudieron alfabetizarse o terminar los niveles de primaria o secundaria que de otra manera no hubieran logrado nunca.

Siempre he admirado la sencillez y la certeza que tienen los pobladores del campo para describir las cosas. En la ceremonia de graduación, que se realizó el jueves 24 de enero, un representante de los miles de estudiantes que han participado en el programa, con un quechua fluido y un castellano que se le atracaba en la garganta, dijo emocionado: “Para nosotros, ésta ayuda que nos ha dado la mina es como una escalera. Nosotros estábamos en el suelo y ahora hemos subido dos escalones. Depende de nosotros seguir estudiando, subiendo por la escalera podemos hacer cualquier cosa que nos propongamos... podemos llegar al cielo”.