No es que no lo agradezca, al contrario: me gustó mucho el
gesto, pero les pedí por favor que no la hicieran. “Es que nada se me hace más
parecido a una misa de difuntos a cuerpo presente -les dije-, que esas
despedidas del trabajo en las que se tiene al homenajeado al frente, y de uno
en uno los amigos van diciendo lo bueno que fue y lo mucho que lo extrañarán
cuando se vaya”.
Los muchachos del área de Asuntos Externos querían
despedirme como se acostumbra porque me voy de Minera Yanacocha, la empresa en la
que laboré 24 años bien contados, o 26, si les sumo los 2 que dediqué a Newmont
durante la última etapa de exploración de este fabuloso proyecto minero que
llegó a convertirse en la mina de oro más grande de Sudamérica. Lugar común:
toda una vida. O muchas vidas, miles, si contamos las de millares de personas
que tuvieron la oportunidad de trabajar en este magnífico emprendimiento.
Me voy porque mi empresa que llegó a producir más de 3
millones de onzas de oro en un año, hoy produce 600 mil y dentro de dos años
-si las cosas siguen como están- bajará a 200 mil. Porque de los 20 millares de
trabajadores que llegamos a ser, hoy sólo se requieren alrededor de 6 mil, y
pronto esa cantidad también podría ser demasiado. Me voy porque la empresa, con
pesar, está invitando a sus colaboradores a tomar la alternativa (como en los
toros) del cese voluntario.
La invitación no es indiscriminada. Sólo es para aquellos
colaboradores cuyos puestos quedaron anulados por la misma reducción de las
operaciones, o porque –en la necesaria reestructuración- sus departamentos se
están fusionando, o, incluso, porque los servicios que brindaban ayer, hoy se
están tercerizando. Es natural. Las empresas como los seres humanos también
tienen que adaptase o morir.
¿Tan mal está la empresa? No. Yanacocha va bien. Como toda
la actividad minera en el mundo, hoy está atravesando por un mal momento. La
afectan la baja internacional del precio del oro, el agotamiento de sus
reservas y los conflictos sociales en la región. Aun así, con todos esos
problemas, es una empresa fuerte gracias a la capacidad profesional de su
gente. 600 mil onzas de producción por año o 200 mil en el futuro próximo igual
la hacen un “minón”. Lo principal, y lo que no se entiende, es que su
producción hasta hoy se redujo a la quinta parte, y tiene que redimensionarse
para continuar siendo competitiva.
¿Y cómo te sientes? Me preguntan los compañeros. Les
respondo que bien. Que al contrario de Nobocov, para quien los sentimientos
grandes “No se sienten en la mente ni en el corazón, sino en la espalda. En
medio de los omóplatos. En ese lugar donde alguna vez tuvimos las alas”; yo
adopté la recomendación de García Márquez quien recetaba una cura definitiva
para las insondables congojas del corazón: “No te apenes porque se terminó…
alégrate porque sucedió”.
Me voy satisfecho. La que sí tiene reparos es mi esposa,
Maribel, ella reclama que le devuelvan el Marcos que entregó a Yanacocha en
1990, por supuesto con el desgaste natural del uso durante estos años, y no el
que le están devolviendo ahora. Yo le digo que sólo necesito un over hall. Nada
que unos cuantos días en esas aguas turquesas y arenas de sémola de las playas
del Caribe, que parecen de antes del descubrimiento de América, no puedan
remediar. En fin, son cosas que nos hace la vida.
A todos los
compañeros que se quedan en la empresa, no me queda más que desearles, para la
suerte, como se dice en el mundo del teatro: “Muchachos, rómpanse una pierna”.
O mejor aún, “rómpanse las dos”.