sábado, 28 de mayo de 2011

Apuntes históricos

Juramentación de la Junta Directiva  /  Periodo 1997 1998

La ex presidente de la Cámara de Comercio y Producción de Cajamarca Emperatriz Campos Saldaña y su Junta Directiva, culminaron su mandato el año pasado con un broche de oro singular: la edición del libro Apuntes Históricos 1930 – 2010, conmemorando los ochenta años de creación y desarrollo de esa institución empresarial. La obra fue presentada en sociedad el mes de diciembre último en el hotel Costa del Sol.

El trabajo de investigación, recopilación y edición fue encargado al prestigioso historiador cajamarquino Julio Sarmiento Gutiérrez. El libro, dijeron los representantes de la Cámara, “Constituye una importante fuente de información de lo que ha vivido esta institución gremial desde sus inicios y la lucha constante de las diferentes directivas e integrantes para mantenerla y fortalecerla como un ente de oportunidades para el desarrollo local”.

Emperatriz Campos y su equipo de directores –con una muestra de buena cuna y educación- agradecieron en sus primeras páginas al Dr. Sarmiento por su dedicación y empeño para la elaboración del libro, a las familias Quispe Pastor y Vigo Esaine por su apoyo fotográfico para ilustrar la historia de la institución, y a sus distinguidos socios Minera Yanacocha S.R.L., Lumina Copper S.A.C., Gold Fields La Cima S.A. y al Grupo Norte, por el financiamiento de la publicación.

El trabajo del Dr. Sarmiento narra, con el tono de un bien enterado documental, el devenir de la Cámara desde su creación, el 26 de marzo de 1930, siendo su fundador y primer presidente Patricio E. Doig Lora, entonces administrador del Banco del Perú y Londres en nuestra ciudad, hasta nuestros días en que, a diferencia de las décadas pasadas, el motor del comercio y la economía cajamarquina es –mientras la apoyemos todos- su próspera actividad minera.

Mi mandato como presidente de la Cámara de Comercio de Cajamarca fue durante los años 1997 y 1998, cuando era Jefe de Relaciones Públicas de Yanacocha. Fui elegido para representar a sus asociados gracias al excelente grupo de directores que me acompañó y a las recomendaciones de campaña electoral de nuestro entrañable Ciro Arribasplata quien apadrinó la Lista con la generosidad y el entusiasmo irrefrenable que pone en todos sus proyectos.

En la Vicepresidencia estuvo Genaro Celis, dueño de Establecimientos Celis que fundó junto a su hermano, Don Eleodoro, y convirtió en una de las empresas más importantes de la localidad. Fueron parte de la Directiva Alberto Lara, ex compañero minero quien actualmente gerencia su propia empresa dedicada al rubro de la salud; y Enrique Burmester, empresario también cuyos hijos, en ese entonces estudiantes, hoy también están vinculados a la actividad minera en sus profesiones y negocios.

Me acompañaron igualmente César Díaz y Luis Gálvez, contratistas de mina en aquel entonces. El hijo de este último, Mario Gálvez Andabak, casado con una estimada funcionaria de la mina, dirige con acierto su propia empresa, Consermin, junto a otros profesionales cajamarquinos valiosos dedicados también al rubro minero.

Otro miembro de la Directiva fue mi apreciado amigo y compañero de trabajo Federico Schwalb. Federico era en aquellos días gerente de operaciones de Yanacocha, la mina de oro más importante de Sudamérica y por supuesto de nuestra región. Luego fue gerente general de la empresa y actualmente está al frente de un importante proyecto minero al sur del país.

Asimismo, fueron parte del equipo Juan Diez de la Oliva y Walter Chirinos Morales, ambos altos funcionarios de la banca comercial a quienes les perdí la pista cuando sus responsabilidades laborales los llevaron fuera de nuestra ciudad.

A quien también dejé de ver, pero le seguí los pasos a través de la Internet fue a nuestro director y past presidente de la Cámara Regional de Turismo de Cajamarca, Danilo Gutiérrez. Danilo publicó en el 2008 los “apuntes históricos” de su propia vida en el libro Aunque sea sólo en sueños, en el que rememora sus aventuras y nostalgias de cuando era adolescente y vivía en el distrito limeño de Miraflores.

Por último, fue igualmente parte de la Directiva Jorge Rojas Mori, un gran colaborador y emprendedor incansable definido por el mérito, entre los muchos que posee y que le conocemos, de ser un hombre de familia y empresario correcto y bien intencionado.

¿Qué fue lo que nos unió para trabajar por la Cámara? Simple. Además de la amistad y el compañerismo, nos unió la visión compartida de que las regiones son tan prósperas y progresistas como lo son sus empresas. La convicción de que la calidad de nuestra sociedad depende del tipo de empresas que tengamos. Pueden ser dinámicas e innovadoras, competitivas, o de bajo rendimiento técnico y profesional que las hacen insolventes financiera y moralmente. Ellas son el espejo que nos refleja.

Con esa visión nos dedicamos a la tarea de dar la pauta y señalar el derrotero a seguir por aquellos empresarios que no acababan de entender las reglas de un mercado cada vez más competitivo, que los insertara en el círculo virtuoso del crecimiento y el progreso: inversión, producción, venta, ahorro, más ahorro y más inversión y así incesantemente, en un proceso elemental de acumulación de capital.

La lectura del libro Apuntes Históricos me reveló de pronto cuánta vida mía y la de muchos buenos amigos, la de la Cámara de Comercio y sus miembros, la ciudad y su mina Yanacocha, se entrelazó para siempre en las dos últimas décadas y cuánto hemos cambiado juntos desde que fui Presidente de esa noble institución hace ya catorce años.

lunes, 2 de mayo de 2011

Días de radio

No sé por qué le pusieron “Rayo”. Quizá no hubo un motivo especial. Fue en el comienzo, por 1990, cuando Yanacocha aún no se llamaba Yanacocha y la mina aún no era una mina. El estuvo entre los primeros trabajadores de ese proyecto que años más tarde se convertiría en una empresa magnífica: la mina de oro más grande de Sudamérica.

Todos teníamos apelativo en ese entonces. El mío era “Mae Víctor” y otro que recuerdo, por lo pegajoso, era el de José Quiroga, “LQ”: Loco Quiroga. Así lo llamábamos desde que se descolgó por un precipicio del cerro Carachugo, con una máquina perforadora en la mano, para tomar una muestra de roca. Nadie se libraba, geólogos y gerentes, a todos se les asignaba un apodo de seguridad en el momento de incorporarse al proyecto mientras nos transformábamos, lenta y apresuradamente a la vez, en una gran operación minera.

Viéndolo ahora es difícil imaginar cómo fueron esos años. Basta decir que en aquella época muy pocos aceptaban trabajar con nosotros. ¿Por qué? Porque el viaje a la zona de trabajo, que tomaba más de dos horas desde la Plaza de Armas, era un tormento. Íbamos saltando dentro del vehículo por los encalaminados del terreno en época seca y nos quedábamos atascados en las trochas de barro durante las temporadas de lluvia.

Porque subíamos los domingos por la mañana, para no bajar hasta el viernes o el sábado siguiente si el clima lo permitía. A veces teníamos que permanecer arriba hasta quince días seguidos. Ya no son frecuentes, como antes, esas lluvias colosales que no paraban durante días enteros, ni las neblinas espesas que nos obligan a detenernos a la mitad de una colina porque no se veía a cinco metros. Ni ocurren esas granizadas de miedo que en pocos minutos volvían de hielo los malos caminos y los cerros.

Porque cuando las trochas se volvían imposibles para las camionetas, nuestros compañeros geólogos, acostumbrados a recias caminatas por el campo y las lomas, bajaban a pie durante horas por “la verana” que era la ruta contraria, desde el cerro San José hasta llegar “al cerrillo”, atrás del aeropuerto; sólo para hablar por teléfono algunos minutos con la familia que estaba lejos, en otra parte del país, y calentar los huesos en esas benditas aguas termales de los Baños.

Porque el congelador de alimentos era el medio ambiente y la única tecnología de punta en la cocina era el enorme cuchillo de matarife que el “Chino” Carlos Sánchez, nuestro buen cocinero, manejaba con la maestría de un chef de sushi. El campamento era eso: un campamento. Primero con carpas y después con paredes de tapial por donde se colaba el viento helado de la puna para enfriarte la sangre y los huesos; y porque el frío más intenso no era ese sino el no saber de tu familia en toda una semana. En aquellos años no existía la Internet y los celulares eran ciencia ficción.

Nuestra primera oficina, en el jirón Pachacutec de Baños del Inca, un local llamado la “Casa del Zoilo”, porque ese era el nombre del dueño y de su restaurante de pescados y mariscos que funcionó antes en el lugar, tenía un teléfono de baquelita negra al que había que darle cuerda para comunicarnos con la central que quedaba frente a los baños termales. Desde allí la operadora se comunicaba con la oficina de la Compañía de Teléfonos en el centro de la ciudad y recién entonces podíamos hablar con Cajamarca o con Lima.

Quizá por esto último precisamente, porque no teníamos teléfonos en el proyecto, es que nuestro compañero Manolo Castañeda, “Rayo”, se hizo tan necesario, querido y popular: él era el hombre de la radio. Nuestra única forma de comunicación. Manolo transmitía las órdenes, las instrucciones y los mensajes, de ida y vuelta, a todos los trabajadores en toda el área de la exploración y la oficina de Baños. Lo hacía desde una cabina unipersonal de madera y vidrio, de dos metros por dos, a tres mil ochocientos metros de altura, en pleno descampado, durante jornadas que excedían largamente el horario formal. No vivíamos para trabajar, vivíamos trabajando que no era igual.

Manolo, a través de la radio, era la única compañía y posibilidad de auxilio durante los viajes de ida y vuelta en solitario al campamento. Había zonas muertas donde perdíamos comunicación con él y quedábamos a nuestra suerte en esos caminos por donde sólo transitaban los duendes. Tampoco escuchábamos música porque la señal de las emisoras alcanzaba mal sólo los límites de la ciudad. Eran de antología las divertidas discusiones por radio -que por supuesto también las había- en las que se enfrascaban, de cuando en cuando, Manolo y el tío Pepo, Napoleón Portal, el chofer oficial del proyecto. Siempre las zanjaba este último con un: “Ya Rayito, cálmate, hablamos después”.

Manolo se retiró de Yanacocha hace tres años. Siguió siendo bañosino porque ese era su barrio de toda la vida. Su voz, lamentablemente, se apagó para siempre el pasado sábado 23 de abril. Nuestro recordado “Rayo” falleció de un infarto al corazón mientras dormía. Como dicen, los amigos vivirán por siempre en nuestra memoria. “Rayo” vivirá por siempre, también, en esos ecos del corazón que aún rebotan los mensajes de radio entre los que compartimos la vida y la aventura de aquellos buenos años.

Querido “Rayo”, descansa en paz… cambio y fuera.